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La Danza Macabra

13/05/2023 09:03 0 Comentarios Lectura: ( palabras)

La Peste Negra que llevó a la tumba a la Laura de Petrarca y fue el crisol en que se forjó el Decamerón de Boccaccio, hizo de la Muerte realidad palpable

Imagen de portada: By Unknown author - own scan, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=104534223

 

Vosotros a quienes un destino común

hace vivir en condiciones diversas,

todos vosotros, tanto buenos como malos,

bailaréis un día esta danza.

Vuestros cuerpos por los gusanos serán devorados.

¡Ay, observadnos, vednos!:

muertos, podridos, tufantes, esqueléticos;

lo que somos ahora también vosotros lo seréis. [1]             

       

El mundo medieval se encuentra poblado por fantasmas que rodean al ser humano y con los que es posible el contacto y la discusión. Al conjuro de su portentosa imaginación, el escritor medieval increpa a la diosa Fortuna y discute con ella llenándola de improperios y maldiciones; recoge con orgullo el legado de los antiguos de quienes ha aprendido que el amor es un dios omnipotente, solapado y malicioso, y lo bendice o maldice en función del carácter y la actitud de la dama en quien ha puesto sus ojos. Los fantasmas se multiplican y los poetas separan los órganos de su cuerpo, concediendo la palabra a sus propios ojos y a su propio corazón, percibiéndolos como seres separados de su persona que discuten entre sí. Por otra parte, una caterva de demonios anda suelta por las calles del mundo medieval acechando tras el bello rostro femenino, provocando a monjas y curas, propiciando discusiones, riñas y guerras. Cercan al hombre sobrenaturales fuerzas que son a un tiempo benéficas y maléficas, cristianas y paganas, demonios serios y socarrones, embusteros de grave semblante; pero gracias a su prodigiosa imaginación, el hombre exige cuentas a la Fortuna y sabe que puede vencer al amor mediante ayunos y penitencias, burlar al diablo con una oración a tiempo, o apelar a su burlón ingenio para encerrar demonios en una botella. Sin embargo, hay un poder ante el cual no valen nada el ingenio, la dialéctica, el valor, ni los inagotables recursos de la imaginación: este poder es la Muerte. La Muerte que los iguala a todos: ricos y pobres, pastores y caballeros, humildes y poderosos, reyes y pordioseros, todos marchan al ritmo que la Muerte impone en su frenética danza, mostrando que los huesos del noble son iguales a los del plebeyo, como iguales son los restos de la doncella, la campesina y la cortesana.

A partir del siglo XIII la muerte se asocia con la figura del esqueleto y hace su aparición en la iconografía de la época; pero es en el siglo XIV que las representaciones de la muerte personificada inundan la iconografía medieval. Es el momento en que la Muerte aumenta el vertiginoso ritmo de su macabro baile e irrumpe en Europa el terror de la peste (la muerte negra), aumentan las plagas y las hambrunas, y, a los millones de muertos que quedan en las calles, hay que sumar los muertos en los campos asolados por la guerra de los cien años entre Inglaterra y Francia. La Peste Negra que llevó a la tumba a la Laura de Petrarca y fue el crisol en que se forjó el Decamerón de Boccaccio, hizo de la Muerte realidad palpable. Cadáveres y esqueletos reflejan el pálido terror de los huesos abandonados, ya que no hay tiempo para sepultarlos. La metáfora se hace realidad tangible y la epidemia se desplaza cómodamente por todos los rincones de Europa mediante el simple contacto, tal como se ve en un sinnúmero de representaciones gráficas en que la Muerte hace que la gente se tome de las manos formando un tétrico coro de esqueletos danzantes. Basta que estos esqueletos estén provistos de un símbolo que los identifique: la tiara, la corona, la toca de la dama, el azadón del labrador, el birrete doctoral o la muñeca de la niña recién nacida, para que surja el siniestro baile en el que participan todas las clases sociales acosadas por la escalofriante carcajada de la Muerte en persona, que amenizando el baile con brutales burlas se dispone a recoger tan abundante cosecha.

Frente a este panorama, no resulta para nada extraña la anécdota narrada por el predicador del siglo XV Olivier Maillard: Cuenta Maillard que una dama de Vendôme pidió a su confesor que le trajera un buen espejo de París. Accediendo al pedido de la Dama, el confesor regresó a Vendôme con la calavera de la que fuera la dama más hermosa de París. En efecto, las damas medievales saben muy bien que aunque estén rodeadas de poetas que a diario cantan y ponderan su belleza, el espejo sólo refleja un rostro pasajero, una carne que será hermosa dos o tres décadas, mientras que una calavera es el fiel reflejo de lo que será durante siglos. A mediados del siglo XV aparece la Danse Macabré des femmes, atribuida a Martial d´Auvergne, protagonizada sólo por mujeres; en esta danza la duquesa llora su juventud perdida, la Condesa se lamenta porque no tuvo tiempo para estrenar el verde traje que compro en la feria, una mimada jovencita recuerda que dormía hasta la hora de comer y la niña llora la separación de su muñeca… Ante la muerte de nada sirven el poder o la miseria; ante ella de nada sirven bajeza o santidad, orgullo, modestia, belleza ni valentía; tampoco la ciencia, la humildad, la rudeza o la ternura; todos, buenos y malos, conformes o no, han de seguir los grotescos pasos de la macabra danza y escuchar las impertinencias y las crueles burlas de la muerte.

El punto de partida de las “danzas macabras”, lo constituye una serie de frescos pintados en 1425 que conforman la llamada Danza Macabra del cementerio de los Santos Inocentes de París; dichos frescos, de autor anónimo, fueron pintados en el muro sur del Convento de Frailes Menores, muro que fue demolido durante el reinado de Luis XIV; sin embargo, la Biblioteca Nacional de París preservó en dos manuscritos los versos de esta danza. Los grabados, realizados a partir de los frescos originales, se conservan gracias a la edición de La Danza Macabra de Guyot Marchant publicada en 1485, y cuyo original se encuentra en la biblioteca de Grenoble. Los versos de esta danza macabra se le atribuyen a Jean Gerson, poeta dueño de un profundo pesimismo, quien consideraba que el ser humano no es más que una criatura vanidosa de oscuro corazón rebosante de pecados. En esta Danse Macabré, la Muerte hace gala de su humor sarcástico: se burla del abogado porque ha perdido su causa; se ríe del medico y del astrólogo porque con toda su ciencia ni pronosticaron ni curaron; humilla al duque y al caballero porque siendo tan buenos danzarines en la corte, ahora no dan con los pasos del baile.

En la Danza de la Muerte castellana, de comienzos del siglo XV, un predicador introduce a la Muerte y ésta va llamando a los distintos estamentos sociales, en orden decreciente, desde el Papa y el Emperador, hasta el Sacristán y el Santero, pasando por el Labrador, el Médico y el Usurero. El anónimo autor de esta danza da una completa visión de la sociedad, al tiempo que la fustiga y escarnece, aunque su tono tal vez resulte más reflexivo y menos sarcástico que el del autor francés. Resulta interesante señalar que mientras en la Danse Macabré francesa ninguna mujer participa de la danza, en la Danza de la Muerte castellana son precisamente las mujeres las peor libradas:

 

A esta mi danza traxe de presente

Estas dos doncellas que vedes fermosas;

Ellas vinieron de muy mala mente

Oir mis canciones que son dolorosas.

Mas non les valdrán flores e rosas

Nin las composturas que poner solían.

De mí si pudiesen, partir se querrían;

Mas non puede ser, que son mis esposas.

A estas, e a todos por las aposturas

Daré la fealdad, la vida partida,

E desnuedad por las vestiduras;

Por siempre jamás, muy triste aborrida,

E por palacios daré, por medida

Sepulcros escuros, de dentro fedientes,

E por los manjares, gusanos royentes

Que coman de dentro su carne podrida.[2]

 

Si bien las mujeres bonitas son las peor tratadas, todos los personajes tratan patéticamente de escapar del baile siendo igualmente fustigados por la Muerte, excepto dos personajes: un monje y un ermitaño que sí han sabido prepararse para la muerte. El ingenio de los escritores medievales recuerda el escepticismo de los Diálogos de los Muertos[3], aunque en este caso no podría hablarse de una influencia directa del maestro de la sátira del siglo II Luciano de Samósata. Luciano censuraba duramente a sus contemporáneos pero no se proponía corregirlos, pues se consideraba demasiado escéptico para adoptar actitudes moralizadoras. Sus Diálogos de los Muertos constituyen una singular fusión de comedia y dialogo filosófico por la que desfilan famosos personajes de la historia y la mitología, tales como Helena, Aquiles, Ulises, Alejandro, Aníbal, etc., todos ellos van llegando al país de los muertos desnudos de las virtudes que los hicieron famosos en su vida: la belleza, la nobleza, la fuerza, el poder, la astucia y todo aquello que llenaba de orgullo a los antiguos. El único personaje feliz en el país de los muertos es el filósofo Menipo, personaje central de los Diálogos, porque la muerte no pudo quitarle la sabiduría, el único bien que disfrutó en su vida, y es él quien se burla de aquellos que se lamentan haber abandonado el mundo de los vivos. Este parece ser el mensaje final de las macabras danzas medievales, recordar que la vida es un ir muriendo poco a poco y que al fin de cuentas lo único que vale es aprender a morir y prepararse para el momento supremo.

NOTAS:

1. Danza Macabra del cementerio de los Santos Inocentes de París. Traducción al español por Erika Mergruen. Edición de Raúl Berea Núñez - 1a reimpresión, Ciudad de México, 2008. Texto completo disponible en: http://es.scribd.com/doc/9655336/La-Danza-Macabra

2. Danza General de la Muerte. Versi modernizada por Erika Mergruen. Edici de Ra伃 Berea N橾ez. Ciudad de M騙ico 2007. Texto completo disponible en: http://es.scribd.com/doc/9655332/Danza-general-de-la-muerte

3. Samósata Luciano de. Diálogos de los Muertos. Editorial Gredos S. A. Madrid España 1992

 

 


Sobre esta noticia

Autor:
Julian Naranjo (18 noticias)
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Tipo:
Opinión
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