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"Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla… y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor" Filipenses 2:10-11
Cuando era niño, me encantaba ver la película El pequeño Lord Fauntleroy. La historia se centra en Cedric, un niño que crecía en un hogar pobre con su madre en Brooklyn. Descubre la pasmosa noticia de que en realidad es el descendiente directo del Conde de Dorincourt y heredero de una vasta fortuna. Un día es un don nadie que juega a darles patadas a las latas en las calles de Nueva York y luego, de repente, está atravesando un pueblo inglés al clamor de «¡Su señoría!» por parte de aldeanos llenos de adoración.
Si hubieses visto a Jesús jugando en las calles de Nazaret cuando era niño, Él no te habría llamado la atención en absoluto (excepto que tal vez no hubiese estado jugando a darles patadas a las latas). Si Le hubieses visto en el taller de carpintería, no habrías tenido ni idea acerca de Su deidad. Y si Le hubieses visto colgado en la cruz, esa horrorosa escena no habría llevado tu corazón a adorarle a no ser que supieses lo que había detrás.
Reflexión: Reconoce y responde a la realeza de Dios; ¡adórale!
Pero, en Su resurrección, Jesús reveló Su verdadera identidad. Él es el Rey conquistador —¡la realeza en estado puro! Ya que «Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre» (Filipenses 2:9), ¡cuánto más debemos adorar con devoción a Aquel que, en rendida humildad, murió para poder llegar a ser nuestro Rey victorioso!__