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Ante tal desborde de tecnología y formas de comunicación, surge la pregunta de si realmente nos estamos comunicando entre los seres humanos
En el presente siglo se han multiplicado las opciones tecnológicas en el campo de la comunicación.
La tecnología acorta las distancias, facilita la simultaneidad de la información y del conocimiento de los diversos hechos mundiales, en el momento justo en que ocurren, permite el acceso casi ilimitado a las diversas fuentes informativas, multiplica al infinito las posibilidades de comunicación pero contradictoriamente, este maremágnum de códigos, mensajes y medios está contribuyendo a formar una sociedad “incomunicada” donde los más elementales códigos de comunicación interpersonal e intergrupal, están siendo supeditados a una máquina (celular, televisión, redes sociales de internet, juegos electrónicos, tablet y otros).
Estos recursos tecnológicos aíslan a las personas, reducen sus capacidades lingüísticas, gestuales y sociales, al extremo de reducir al mínimo el idioma, de minimizar la interacción familiar y social, de poner en riesgo la transmisión y conocimiento de la historia oral de nuestras sociedades y de sumirnos en una actitud individualista y solitaria.
Este planteamiento no persigue desvirtuar la importancia de la tecnología de la comunicación. Al contrario, es un llamado de atención que busca generar el debate, motivar a la reflexión y a la necesidad de utilizar la tecnología como una herramienta integradora y no como una invasión que va en detrimento de la humanidad social.
Recientemente en Guatemala se presentó una exposición cuyo énfasis estuvo orientado a abordar con imágenes artísticas el problema de la incomunicación del hombre y de la mujer, dentro de una sociedad invadida por el progreso tecnológico y mostrar la paradoja de la necesidad de la comunicación en un momento en el que el mundo se desborda por un acceso inusitado de “tecnología de comunicación”.
Araminta Gálvez