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Surge como consecuencia del problema de la vivienda, del despecho de verse sin techo, de la tragedia de no tener nada
Aquí, desde este banco de la calle y empezando a llover, con nada más que una manta y dos libros, tres postales y un paquete de cigarrillos, con la noción de no tener nada más, miro al cielo. Aparece nublado, negro, sin estrellas. ¿Las habrán echado a ellas también? ¿Se habrán quedado ellas también sin techo?
La fábrica de sueños surgió como un exponente de las contradicciones existentes entre el derecho a la vivienda y la existencia de un mercado inmobiliario basado en la propiedad privada y en la especulación. Quisimos parecernos a esos ateneos libertarios que regaron de ilusión a muchas cabezas a principios del siglo XX. Quisimos hacer teatro, excursiones al campo, editar revistas, biblioteca… Quisimos promulgar la paz y la tolerancia, sin ningún tipo de distinciones ni restricciones y, lo poco que teníamos, compartirlo. Quisimos autogestionarnos sin depender de subvenciones ni limosnas, únicamente con nuestro trabajo; nos ligamos en cierta manera a otras asociaciones de Ámsterdam y Berlín que colaboraban con nuestra causa a cambio de nada.
Pero hoy la fábrica de sueños es un almacén vacío y abandonado que no dará cobijo más que a palomas y a ratas. No hay sueños y no hay estrellas. Miro hacia arriba y me pregunto: ¿Se sentirán solas ellas también? Pero les recuerdo, si me oyen, que aquí, digo en la vida, ninguno tiene un techo seguro.